El guía, tras atravesar con su grupo de visitantes la Puerta del Obispo se acercó al mirador, esperó de espaldas al arco a que los turistas se colocaran, reservándose el punto más alto de la cuesta y recibiendo de pleno el sol en su cara como le habían enseñado para que el astro rey no supusiera una distracción a sus explicaciones.
Señaló de izquierda a derecha el Puente de Piedra, la Fundación Rei Alfonso Henriques, los restos del antiguo puente, las Aceñas de Olivares, la iglesia de San Claudio, la de Los Caballeros,… y acompañó todos estos lugares con sus historias y leyendas haciéndolo de forma rápida pero no mecánica. Recitando incluso lo de
Todavía quedaban muchos lugares que ver. Una vez acabada su exposición sobre el horizonte de la urbe guardó silencio a la espera de las típicas preguntas o comentarios.
Pero una señora, que se había sentado a descansar sobre el murete de piedra del mirador, no había prestado atención y cuando el guía dejó de hablar la primera en formular una pregunta fue ella. La pregunta, por supuesto, no tenía relación con el pasado de la “Perla del Románico”, sino más bien con el presente y el futuro.
-¿Pero cómo es posible que el ayuntamiento no arregle este deconchón? ¿Y si viene un niño y se electrocuta? ¡Pero si están los cables al aire!
Como no hubo nadie que preguntara sobre los siglos anteriores y la atención se había desviado hacia la matriarca del grupo, intentó salir del paso con algún comentario locuaz que quitara hierro al asunto.
-Pues tiene usted toda la razón del mundo pero hay que tener en cuenta que ya no hay picapedreros como los de antes.
-Ya pero un niño es un niño y aquí en vuestra ciudad pasa como en todos los sitios, que sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena.
Se mordió la lengua, como siempre, para no entrar en detalles sobre el negro presente que se abatía sobre su amada ciudad. No quiso hablar de los puentes ¿futuros?, ni de por qué se dejaban caer las murallas, ni de las chapuzas de las obras ejecutadas, ni del soterrado de los cables, ni de la polémica Casa de los Gigantes, ni de por qué olía mal en algunas zonas, ni del Castillo que no podían visitar, ni de la dejadez del entorno de San Isidoro, ni de la muerte del casco antiguo, ni de otras muchas cosas que le dolían en lo más profundo de su ser.
Señaló de izquierda a derecha el Puente de Piedra, la Fundación Rei Alfonso Henriques, los restos del antiguo puente, las Aceñas de Olivares, la iglesia de San Claudio, la de Los Caballeros,… y acompañó todos estos lugares con sus historias y leyendas haciéndolo de forma rápida pero no mecánica. Recitando incluso lo de
Allá en tierra leonesa un rincón se me olvidaba,
Zamora tiene por nombre, Zamora la bien cercada,
de un lado la cerca el Duero, del otro peña tajada.
¡Quien vos la quitare, hija, la mi maldición le caiga!
Zamora tiene por nombre, Zamora la bien cercada,
de un lado la cerca el Duero, del otro peña tajada.
¡Quien vos la quitare, hija, la mi maldición le caiga!
Todavía quedaban muchos lugares que ver. Una vez acabada su exposición sobre el horizonte de la urbe guardó silencio a la espera de las típicas preguntas o comentarios.
Pero una señora, que se había sentado a descansar sobre el murete de piedra del mirador, no había prestado atención y cuando el guía dejó de hablar la primera en formular una pregunta fue ella. La pregunta, por supuesto, no tenía relación con el pasado de la “Perla del Románico”, sino más bien con el presente y el futuro.
-¿Pero cómo es posible que el ayuntamiento no arregle este deconchón? ¿Y si viene un niño y se electrocuta? ¡Pero si están los cables al aire!
Como no hubo nadie que preguntara sobre los siglos anteriores y la atención se había desviado hacia la matriarca del grupo, intentó salir del paso con algún comentario locuaz que quitara hierro al asunto.
-Pues tiene usted toda la razón del mundo pero hay que tener en cuenta que ya no hay picapedreros como los de antes.
-Ya pero un niño es un niño y aquí en vuestra ciudad pasa como en todos los sitios, que sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena.
Se mordió la lengua, como siempre, para no entrar en detalles sobre el negro presente que se abatía sobre su amada ciudad. No quiso hablar de los puentes ¿futuros?, ni de por qué se dejaban caer las murallas, ni de las chapuzas de las obras ejecutadas, ni del soterrado de los cables, ni de la polémica Casa de los Gigantes, ni de por qué olía mal en algunas zonas, ni del Castillo que no podían visitar, ni de la dejadez del entorno de San Isidoro, ni de la muerte del casco antiguo, ni de otras muchas cosas que le dolían en lo más profundo de su ser.
Y por eso lo hacemos nosotros.
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